“Por el bien de todos, primero los pobres”; poderosa y esperanzadora frase que se ha convertido en el más fuerte slogan de la 4T en los cinco años que van del gobierno del Presidente, Andrés Manuel López Obrador; frase acuñada varios años antes de que éste llegara a Palacio Nacional mediante el voto popular de más de 30 millones de decididos mexicanos que querían darle un giro a su forma de gobierno.
Esta simple frase suena contundente, se escucha a que no deja margen de error sobre el objetivo primordial del actual Jefe del Ejecutivo Federal: ayudar a los que menos tienen. Y es una pena que ese no sea el objetivo principal de muchos que mediante el uso faccioso de la política llegan al poder público para hacer lo mismo de siempre: robar, robar, robar y empobrecer al ya de por sí pobre pueblo de México, principalmente de las comunidades más humildes y marginadas de nuestra gran República.
En esta ocasión vengo a platicarles de la desgracia que vive el pueblo de las 28 comunidades del municipio de Zihuateutla, enclavado en una de las regiones altas y marginadas del norte del estado de Puebla, en los limites con Veracruz. Una desgracia que golpea a la gran mayoría de los casi 12 mil hombres, mujeres, niños y ancianos que habitan en este húmedo paraíso de tierras verdes y fértiles olvidado por las instituciones del Estado Mexicano y sus políticos, a excepción de quienes con actitudes de cacique controlan, “gobiernan” y gastan a voluntad propia y a discreción los recursos del erario que anualmente le son asignados para beneficio de todos.
Se trata de una rica y fértil tierra “donde nunca hay dinero, y cuando hay no alcanza para nada, según las autoridades caciques del municipio”, narran en voz propia los habitantes campesinos, jornaleros y ganaderos de 6 de las 28 comunidades de Zihuateutla, con quienes tuvimos la oportunidad de platicar por cerca de 10 horas. Están hartos de que su presidente municipal, Miguel Ángel Morales Morales, reporte ante los medios y la Auditoría Superior del Estado del Puebla la construcción de obras fantasma, y aprovechan nuestra presencia y las cámaras para pedirnos que les ayudemos a que su desgracia se sepa por todo el país, y que de ser posible llegue a oídos del presidente López Obrador.
De recorrido por la región, tuve la oportunidad de conocer la clínica de salud de la comunidad ‘Loma Bonita’, perteneciente a Zihuateutla, misma que fuera parece muchas cosas, entre ellas una casa de terror o un refugio para indigentes, pero jamas te imaginarías que ese edificio viejo, descolorido y con maleza abundante en su exterior es una clínica donde puedes, en teoría, acceder a algún servicio de salud, de esos que tanto pregona el gobierno que son “gratis y universales”. Y así como se ve por fuera es por dentro.
La precariedad castiga el interior de lo que afuera dice que es una clínica de salud. Sin agua desde hace semanas, con energía eléctrica intermitente, sin medicinas básicas para curar una tos, sin antídotos para mordeduras de víboras, unas de las principales emergencias de la región campesina, no hay gasas, no hay antibióticos, quienes administran y atienden el lugar pasan días, semanas y meses esperando a que alguna autoridad estatal llegue a surtirles el dispensario o les llamen para que ellos vayan por los insumos. Mientras tanto, el presidente municipal, Miguel Ángel Morales Morales, anuncia públicamente donaciones que jamás llegan.
La sala de partos que también sirve para realizar estudios a mujeres cuando algún especialista acude al lugar luce casi vacía. Una improvisada y vieja camilla forrada con algunas toallas descoloridas esperan a ver otro niño nacer en la precariedad de sus cuatro paredes. Y ni imaginarse cómo quienes administran la clínica se las tienen que arreglar si la labor de parto se complica, pues no hay ambulancia ni autoridad que responda al llamado de una emergencia.
Si te enfermas en Zihuateutla tienes un gran problema, pues basta ver los anaqueles del dispensario médico de la clínica de salud para entender que en este lugar jamás encontraras la cura ni para una simple gripe común.
Seguimos nuestro recorrido y casi una hora después de andar por los laberintos de caminos de terracería y piedra de la región llegamos a la comunidad de ‘La Laguna’. El pueblo se congrega en el único lugar que ofrece una sombra en el día para protegerse de los cálidos y penetrantes rayos del sol. Curiosos de nuestra llegada se acercan para enterarse que queremos conocer de su voz sobre sus carencias, “que son muchas”, comienzan diciéndome.
En Zihuateutla y sus comunidades todo es precario, nada hay en abundancia, y es que aunque la madre tierra los bendice con abundancia de agua y buenas cosechas esto de nada les sirve, pues para qué quieren un poderoso campo si no pueden salir de las comunidades a ofrecer sus productos a otros lugares, incluso exportarlos. Y aunque el presidente municipal reporta la construcción de kilómetros y kilómetros de caminos y puentes, la realidad es que no hay nada. Y es que mientras más obras construidas reporta, “más crece su casa y su patrimonio”, señalan con enojo los desamparados poblanos.
Mientras mis compañeros continuan atendiendo quejas e interrogando a pobladores de ‘La Laguna’, camino hacia un viejo corral al final de la explanada donde observo a un grupo de niños y niñas mientras juegan. “Qué afortunados son”, pienso. Pues mientras sus padres nos refieren las carencias en las que viven, ellos con su inocencia intacta solo buscan como todo infante quemar el exceso de energía que emana de sus pequeños cuerpos. ¿Pero qué futuro les espera aquí?, me cuestiono. Volteo hacia atrás y escucho las quejas de sus padres, madres y abuelos. Me doy cuenta que ellos harán lo necesario para que estos pequeños sean la última generación olvidada de este municipio. Vuelvo al grupo.
El enojo y la desesperación es clara, desean un cambio. La esperanza es sus ojos es desgarradora, tienen un gesto de cansancio a las promesas y a la vez no pueden ocultar que son un pueblo con esperanza, anhelan ofrecerle a sus hijos una mejor calidad de vida, el futuro que ellos no pudieron encontrar pese a que cada tres años un político vestido de diferente color les ha ido a ofrecer a veces a las buenas y otras veces a las malas, un cambio de vida si le dan su voto. Algo que nunca sucede.
En La Laguna la situación es triste, la casa de salud esta peor que en Loma Bonita, donde ya ni siquiera se toman la molestia de acudir a solicitar algún servicio de salud pues no hay nada, ni energía eléctrica, solo una gran carencia de todo, y en sus anaqueles, donde debería haber medicinas solo hay unos cuantos paquetes de guantes y un bote de gel antibacterial. “No podemos hacer nada”, nos refiere Salomón, encargado de esta casa de salud.
En educación las cosas pintan mejor en La Laguna, pues gracias al programa ‘La Escuela es Nuestra’, la pequeña primaria, Vicente Guerrero y la Telesecundaria, Gabino Barrera, poco a poco han avanzando en ofrecer educación digna, refieren padres y madres de familia enfocados en mejorar las condiciones de las escuelas de sus hijos e hijas.
En ambos planteles los recursos se han invertido para mejorar su infraestructura, y aunque aun faltan muchas cosas, poco a poco avanzan con ayuda de los padres de familia. Nuevamente nos refieren que jamas han sido apoyados por las autoridades municipales a pesar de que estos anuncian inversiones en sus comunidades para la educación.
Continuando el viaje ahora nos dirigimos a la comunidad de Nanacatepec, otra región olvidada que nos toma poco más de media hora para a llegar a ella. Al entrar al pueblo nos encontramos de frente con el México mas profundo de todos, el duro y desgarrador. Una anciana descalza y con machete en mano cargando sobre su cabeza, cuello y espalda un gran lote de leña seca. Me impacto y conmuevo de ver así a esta longeva mujer andar como si nada en pleno año 2023, cuando nuestros adultos mayores ya no deberían de realizar este tipo de faenas, según el discurso oficial. Apenas y escucha, solo alcanza a decir que tiene 90 años de edad mientras continua lentamente su camino a casa que está un poco mas arriba.
La carencias en Nanacatepec se repiten al igual que en las otras comunidades, y la principal de todas aquí no es la excepción: la salud. La encargada de la casa de salud nos lleva al lugar donde en teoría el pueblo debería recibir atención médica cuando lo necesite, pero se trata de otro recinto descolorido, viejo y semi abandonado sin energía eléctrica, sin agua, sin insumos médicos ni capacidad para brindar atención ni para limpiar una herida. Nuevamente se escucha la consigna de los recursos e inversiones que se anuncian por las autoridades locales pero que nunca llegan.
Por la tarde noche llegamos a Azcatlán, el camino es largo, una hora de brechas y caminos de terracería que la actual administración municipal presume como sus logros de gobierno pero que en los hechos no son más que obras fantasma, pues “los caminos están igual de viejos y deteriorados que siempre”, confiesan los habitantes locales. En Azcatlán las demandas son iguales a las demás comunidades, pero aquí lucen más organizados, están mejor liderados y nos dan una muestra.
De inmediato nos comentan de sus necesidades, “nos falta todo”, aseguran, “pero nosotros podemos hacer todo si tuviéramos caminos que nos permitieran salir a vender nuestros productos a otro lugares”, remata un de los desesperados campesinos.
“Cosechamos maíz, frijol, pipián, guanábana. Y tantas cosas que tenemos para producir. Necesitamos más que nada el camino. ¿Cómo vamos a vender? Ganado, gallinas, puercos, huevos, tenemos la capacidad de producir, pero, ¿cómo vamos a vender? Si viene el coyote a mal baratarte ¿cómo vamos a vender? Tenemos un potencial productivo como no se imaginan. La necesidad: el camino, el acceso. ¿Cómo vamos a llegar a los predios? El acceso. Yo tengo plátanos allá tirados. ¿Cómo los saco? ¿Con mulas, con burros? ¿Cómo los fuerzo? No tenemos brechas, caminos. ¿Cómo? Nos hace falta mucho. Tenemos la capacidad de producir, tenemos las ganas, la fuerza y la actitud. Y sobre todo, tenemos esta tierra tan maravillosa, tomate, chiles, frijoles, maíz, café, ganado, puercos, borregos, chivos. Todo podemos producir”, insiste el humilde campesino y ganadero Jaime Alvarado.
En este otro gran pedazo de tierra verde y fértil de Puebla la desesperación es igual que en las demás comunidades. Insisten en que ellos pueden, pero la indiferencia de las autoridades municipales es abismal.
Seguimos nuestro camino por las brechas de terracería y las obras fantasma del alcalde Miguel Ángel Morales Morales. Ya entrada la noche llegamos al ejido ‘La Mesita’, donde una fuerte lluvia y la neblina que comenzaba a acumularse en los alrededores nos hizo actuar de prisa para capturar las necesidades de su media centena de habitantes, la mayoría jornaleros y campesinos. La carencias todas, pero peticiones pocas: el mejoramiento del camino, una explanada para realizar sus reuniones, medicinas para su casa de salud y que ya no los olviden.
Ya es de noche y seguimos nuestro recorrido hacia el último lugar donde ya nos están esperando cerca de 50 personas entre adultos y niños. El lugar de la reunión es la única escuela primaria de la comunidad de San Andrés del Puente. Todos tienen en sus rostro una mirada de esperanza para que alguno de nosotros logre llevar a oídos del presidente de la República la situación de abandono en la que viven. Sus gestos reflejan algo de alegría por nuestra visita, y aunque ya todos estamos cansados luego de tanto recorrido por caminos complicados de terracería trato de poner la mayor atención y captar los mejores momentos. Escucho con atención sus demandas a las autoridades, mismas que comprendo no son nuevas; se repiten las carencias de sus vecinos: salud, educación y la falta de infraestructura para comunicarse con otras regiones y ampliar el comercio local.
Me llevo en la mente sus palabras y de regreso al hotel reflexiono sobre estas que me suenan a gritos desesperados de ayuda. Están cansados de saberse y sentirse olvidados por sus autoridades municipales y estatales. Y aunque les duele la indiferencia del gobierno federal no refieren ningún comentario ofensivo en contra del mandatario nacional, por el contrario, desean que su mensaje llegue a él, pues es el único en el que confían, al igual que millones de mexicanos.
Me doy cuenta de lo afortunado que soy por dedicarme al bello oficio del periodismo y poder salir de la burbuja de las céntricas calles de la Ciudad de México que impiden ver lo que otros compatriotas viven en las comunidades olvidadas de nuestro gran país. Allá donde muchos pobres que a nadie le importan, aún viven con la esperanza de que algún día un amigo periodista sensible le informe al máximo líder de la nación que lo están esperando los herederos de varias generaciones de hombres y mujeres libres que desean salir de la marginación. Y espero que así sea pronto.
Por Carlos Domínguez.