Ciudad de México, 24 de octubre (NACIÓN 14).- A los periodistas se nos suele ver como personas sedientas de sangre, como testigos perennes de actos violentos o morbosos para narrar y después tener para contar en la tertulia de la comida; al igual que muchos mexicanos que esperaban ver en acción a la Guardia Nacional, son muchos los políticos que esperaban presenciar (desde la comodidad y seguridad que brinda la virtualidad) una de las batallas más épicas de la guerra contra el narcotráfico iniciada en el 2006 por el expresidente Felipe Calderón.
El impresionante despliegue de pistoleros y vehículos artillados del crimen organizado puso en jaque a las autoridades, principalmente al Gabinete de Seguridad que informó al presidente de lo que ocurría a través de un teléfono satelital. Andrés Manuel López Obrador asumió la decisión de desistir de las acciones operativas. El “Chapito” fue liberado.
Esos “topones” terminan mal decían los habitantes de Acapulco cuando algún grupo de criminales se encontraba con otra caravana de narcotraficantes, sin importar los escenarios se dieron fuertes enfrentamientos en el que fuera un puerto turístico internacional, la violencia que se generó dejó en franco declive a la antes llamada “Perla del Pacífico”.
Era el 2006 cuando todo comenzó. En esos tiempos era yo un apuesto y modesto estudiante de Comunicación, pero me tocó ser testigo del inicio de la guerra en Acapulco con “el topón de la Garita”, violento encuentro entre narcotraficantes de diferentes carteles que se unieron para vencer a las fuerzas de seguridad, después de eso los enfrentamientos callejeros se fueron incrementando al igual que las víctimas colaterales.
Los militares, marinos, integrantes de la Guardia Nacional y elementos de Policía están entrenados para matar sin dilaciones en caso de hacer uso del fusil, sin embargo el poder de fuego demostrado en Culiacán de lado de la gente de Ovidio y demás grupos delincuenciales que se sumaron a la recuperación de hijo de “El Chapo” Guzmán obligó a desistir del enfrentamiento armado.
Al ser esta guerra contra el narcotráfico una ‘Guerra de 4ta Generación’ parte de las batallas en los medios de comunicación, en redes sociales, pulularon imágenes desde diversos puntos que mostraron el despliegue de los criminales, a la vez que se filtraron videos, fotos y audios de otros lugares y momentos que abonaron a que el pánico colectivo se esparciera y trascendiera de las fronteras de Culiacán por todo el territorio mexicano y el mundo.
La respuesta al miedo de las masas es la exigencia de más seguridad, más soldados, más armas que sean disparadas y más sangre derramada.
Las autoridades tuvieron el valor o cinismo de reconocer que el casual operativo donde detuvieron a uno de los ‘Chapitos’ y que después soltaron para evitar muertes, fue para unos, el error más grande que ha cometido el presidente Andrés Manuel López Obrador y para otros fue una decisión sabia, muy humanista con el crimen.
Si anular las acciones en Culiacán implicaba asumir el costo político de lo que se desató en cualquier espacio, los funcionarios deberán demostrar que mantenerles en el Gabinete no es un error del presidente, la Estrategia de Seguridad se basa en abatir las causas que generan la violencia, esto lo agradecerán algunos jóvenes que se unieron a las filas del crimen organizado por presiones o amenazas, pero están los otros que bajo la ‘narcocultura’ crecieron aspirando algún día disparar un cuerno de chivo o quizás lanzar una granada, esos que viajan alegres escuchando narcocorridos, mientras armados “patrullan” las calles o emboscan a uniformados, esas personas que cortan cabezas, que matan periodistas, que disparan a inocentes, al igual que los fabricantes de armas viven del derramamiento de sangre, esta vez se evitó, pero otro “culiacanazo” vendrá tarde o temprano.
Jesús Medina Aguilar
@Medinamedios