Ciudad de México, 6 de Sep., (Nación).- Hace más de medio siglo el futbol mexicano, encorsetado por el férreo control que ejerce Televisa, tiene sueños de opio: ser campeón del mundo. Nada más ajeno la realidad. Aunque los zares del balón se ufanan de ser dueños de una de las mejores ligas del mundo la verdad es otra: es superada por la MLS estadounidense. Sobre todo a nivel organizacional.
Amén de que cada vez más se complica al Tri vencer a los equipos de Conca-ca-f, una de las cinco confederaciones de la FIFA con el peor nivel futbolístico, de la mano de la asiática. Alguna vez fue considerado el “gigante” de la zona. Aunque los Ratones Verdes parecen más pequeños.
Cada cuatro años, al comenzar un ciclo mundialista, dueños del balón y aficionados se amalgaman en un curioso ente binario: Para unos el pingüe negocio y para los otros, la ilusión rampante que siempre, irremediablemente, termina en fiasco.
México, vale decir, es campeón de la derrota. Basta escuchar el segundo himno nacional en los estadios, cuando se avecina el fracaso en la cancha:
Cielito Lindo –“…canta, canta, y no llores…” —
Hace varios mundiales la mayor quimera real parece inalcanzable: disputar el quinto partido.
No se hace desde 1986. Ni se hará. Aunque los roedores tengan en el timón al ínclito Gerardo Martino, ex técnico del Barcelona, Argentina y campeón con Atlanta en la MLS.
Sueños opiáceos del balón. Que van de la mano de aquella célebre frase de Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura, respecto a la ceremonia del 15 de septiembre: los mexicanos gritamos afanes de libertad un momento efímero, para permanecer callados el resto del año.
Similar sucede con el Tri mundialista en fase de grupos: tres o cuatro partidos –máximo– y, después, la mar de frustración. Así es cada cuatrienio.
Y así será.
Per saecula saeculorum –por los siglos de los siglos–.
Porque como dijo en 2017 a la revista Etcétera Ignacio Trelles, quien posee el récord de títulos en torneos largo, con siete, y dirigió a los Ratones Verdes durante casi tres lustros, y recién cumplidos 103 años, el pasado 31 de julio, máximo tlatoani del balón:
“México Jamás será campeón del mundo”.
Así de real. Así de letal.
Porque en sentido estricto el problema medular del balompié nacional no está en las piernas ni la cabeza de los jugadores. El meollo del asunto son los dueños del balón.
Porque, como dice el dicho: a mal amo mal esclavo.
Mas, México puede curarse en salud… o enfermedad. Según se vea. Orgullosamente tiene dos medallas colgadas al pecho, cataplasmas futboleras con fomentos de desilusión, avaladas por la FIFA en encuestas realizadas en redes sociales:
Pero sí, hay dos cosas relevantes: El gol más hermoso –de tijera–, en la historia de los mundiales, a cargo de Manuel Negrete, en 1986; y el mejor logo – dos circunferencias a manera de globos terráqueos y un balón en medio– en copas del mundo hecho por un mexicano, curioso, también de ese año, elaborado por Rubén Santiago.
Al fin cataplasmas para eternos sueños de opio.