Placer con placer: escuchar música y leer un libro conducen a la esquina de Hedonismo y Epicureísmo siempre y cuando medien comida y bebida a la altura.
A lo largo de los tiempos la música, sus autores y compositores, y la literatura (también el ensayo) y los escritores han marchado sobre líneas paralelas que, según los ilusos: algún día habrán de unirse. Pero…no lo necesitan. Sus recorridos, muchas veces, los obligan a ir de la mano.
Claro ejemplo es la obra de ALEJO CARPENTIER. Cubano de residencia y franco-ruso de orígenes, escribe pensando en música como lo demuestran algunos de sus libros. “CONCIERTO BARROCO” es uno de ellos. Nos lleva al más que centenario Carnaval de Venecia y frente a antifaces, “colombinas” y “arlequines” nos acomoda junto a Antonio Vivaldi.
“La Consagración de la Primavera” es otro ejemplo de sus intereses músico-literarios, donde marca similitud en el tiempo de la lectura del libro y la duración del tema musical del mismo nombre.
Otro cubano, este sí de nacimiento: Guillermo Cabrera Infante, nos inicia en la lectura de sus libros con “Delito por bailar el cha cha chá”.
Más atrás, en los años de los protagonistas, siglo XVII, el escritor francés Pascal Quignard dedica “Todas las mañanas del mundo” a Monsieur de Sainte-Colombe y su destacadísmo discípulo Marin Marais, genios de la viola de gamba. Quignard reafirma su tendencia al idioma universal con los relatos de “Odio a la música”.
Y ya por el siglo 21, Rodrigo Brunori rinde homenaje al violín y todos los violinistas del mundo con el ameno libro “Me manda Stradivarius”.
Los invito a probar el maridaje.