Ciudad de México, 24 de febrero de 2020 (NACIÓN 14).- En México hay una población de 125 millones de personas, de los cuales 77 millones utilizan WhatsApp para comunicarse, convirtiendo esta aplicación en una de las de mayor uso.
D e acuerdo con un estudio realizado por la UNAM, los mexicanos usan esta app para comunicarse con amigos (91.3 por ciento), con familiares (81.7), y cada vez más por cuestiones laborales (apenas tres por ciento), refirió.
Desde las nuevas generaciones hasta adultos mayores se comunican por este medio, afirmó la directora de Docencia en Tecnologías de Información y Comunicación, de la Dirección General de Cómputo y de Tecnologías de Información y Comunicación (DGTIC), Cristina Múzquiz Fragoso.
Actualmente, dos mil millones de personas en el planeta utilizan dicha aplicación, principalmente en India, Brasil, Estados Unidos, Indonesia y México.
Creada un día como hoy en 2009 por el ucraniano Jan Koum y su socio Brian Acton, el objetivo era contar con una “agenda inteligente” para saber si alguien estaba disponible para hablar o si era posible hacerlo, de ahí su nombre: WhatsApp (what’s up, ¿qué pasa?, y app, aplicación).
Una aplicación confiable
Múzquiz Fragoso resaltó que en un mundo donde las noticias falsas están a la orden del día, una preocupación de los usuarios de redes sociales es la credibilidad, congruencia y autenticidad, y “WhatsApp entra en esa categoría, porque con quienes hablamos son amigos y familiares, y les creemos. Otras aplicaciones deben enfrentar el reto de ser más creíbles y eliminar las fake news mediante inteligencia artificial”.
Hace una década los usuarios buscaban noticias o contenidos diferentes, y los empresarios del área se centraron en esa línea; se percataron de la preferencia por los chats, porque la gente busca estar en contacto con otros.
Así, WhatsApp trabaja en hacer sentir especial al usuario, y una de las maneras de hacerlo es personalizar esta red social: permite compartir iconos que reflejen el estado de ánimo, o se puede configurar la pantalla haciendo pensar al usuario que es suya.
No obstante, tiene que continuarse trabajando en la privacidad de la información, ya que en ocasiones se comparten datos o imágenes íntimas que puede hacerse públicas. “Deben generarse nuevas leyes y regulaciones, las cuales protejan las comunicaciones”, finalizó la investigadora Múzquiz Fragoso.
¿Cómo saber si se sufre esta adicción?
Actualmente, Whatsapp es una de las herramientas tecnológicas más requeridas dentro de la comunicación. De hecho, en la vida cotidiana se usa para socializar o tratar temas sobre el trabajo pero en los jóvenes su uso ha avanzado a niveles alarmantes que podrían ser considerados adictivos.

Por ejemplo, su uso ha incrementado la tasa de accidentes vehiculares porque la gente se distrae al momento de manejar y ver la red al mismo tiempo, o bien, los peatones se ponen en riesgo al cruzar las calles mientras contestan un mensaje en la aplicación.
Erika Villavicencio Ayub, coordinadora de Psicología Organizacional de la Facultad de Psicología de la UNAM, detalla que existen algunos indicadores, por ejemplo, el tiempo excesivo dedicado a esta aplicación, mentir sobre cuánto tiempo se usa, e incluso presentar alucinaciones o vibración fantasma (creer que se reciben notificaciones cuando no es cierto).
Aunado a esto, la persona descuida sus horas de sueño, el cuidado personal, no se alimenta bien, pierde sus relaciones interpersonales y mantiene esta conducta a pesar de las consecuencias negativas en su vida personal.
Cuando la adicción avanza el individuo se aísla, baja su rendimiento en la escuela o trabajo, recibe quejas de personas cercanas por conectarse constantemente, intentar limitar su uso sin conseguirlo y entra en ataque de ansiedad cuando no tiene acceso o la batería está por agotarse, entre otras.
Al presentar el síndrome de abstinencia por no revisar el celular, el individuo siente malestar emocional proyectado en conductas disfóricas, insomnio, irritabilidad, aburrimiento, soledad, ira, nerviosismo, entre otros.
Experimenta altos niveles de ansiedad, depresión, fatiga, alteraciones de concentración y memoria, pero también un alto reforzamiento porque el cerebro recibe una sensación placentera al usar la red.
Finalmente, el adicto sufre negligencia y falta de autocontrol, acompañado de intolerancia y una necesidad de dosis cada vez mayores para obtener los efectos deseados.